
Salvador Salvatierra Salas, nace el 3 de diciembre de 1898 en Montalbán, población de los valles altos del estado Carabobo. Es el tercer hijo del abogado rural Ignacio Salvatierra Varela y doña Petra Salas Henríquez, ambos de familias arraigadas en la zona desde el siglo XVIII.
Recibe la educación básica de los maestros Felipe Bejarano y Francisco Antonio González y trabaja en el área agrícola desde muy joven para ayudar en el ingreso familiar. A los 20 años parte hacia Caracas, donde trabaja con el padre Santiago Machado, como maestro de 2º grado en el internado de la "Escuela del Niño Jesús", en San José del Avila, hasta que se lanza a la búsqueda de su propio camino.
Elige el comercio y se inicia en la firma “La Perla de Margarita”, en el centro de Caracas. Gracias a su habilidad en las ventas se gana el respeto de sus patronos y asciende hasta regente de la sucursal en La Guaira. Allí profundiza en el conocimiento del negocio, viaja, amplia relaciones y decide independizarse a fines de 1927. Es el comienzo de una vida fructífera, a partir de la compra de la tienda “La Villa de París” en esa ciudad.
Con visión futurista comienza a constituir diversos almacenes que se ramifican por toda Venezuela –las cadenas de tiendas “La Villa de Caracas” y “La Casa del Niño” llegan a cubrir desde Puerto Ordaz hasta los Andes– con el soporte de un gran mayor de importación de mercancías: Salvatierra y Cía., que abre el 1º de mayo de 1935.
El año 1936 le encuentra involucrado en la creación de la Asociación Nacional de Comerciantes e Industriales, en la cual alcanza la presidencia en reiteradas oportunidades. Entre las metas que se logran desde la ANCI están la fundación del Banco Industrial en 1937 –de cuya primera directiva forma parte–, las reformas para simplificar la Ley de Arancel de Aduanas, la modernización de la Ley de Organización del Servicio Consular y la sustitución del impuesto progresivo por uno fijo para estimular el intercambio comercial, son algunos ejemplos.
Con su actividad comercial recorre Venezuela de uno a otro extremo, palpa el inmenso potencial de nuestra realidad económica y social y fortalece su convicción de la necesidad de hacer país para llevarlo al mundo. Su espíritu gremial le lleva a estar entre los fundadores de la Federación Venezolana de Cámaras y Asociaciones de Comercio y Producción (Fedecámaras), en julio de 1944.
En 1946 Salvatierra se convierte en el líder de un grupo de pequeños empresarios y comerciantes con ansias de crecer, a quienes convence de la necesidad de establecer un banco moderno, capaz de dar respuestas ágiles a los urgentes requerimientos del país. Así, el Banco Unión inicia sus operaciones el 14 de marzo y desde el primer momento quebranta los rígidos criterios de la banca tradicional, se pone al lado de la población y acomete estrategias que lo arraigan en el sentir popular y transforman la historia bancaria de Venezuela. El Unión es el primer banco que paga la máxima tasa de interés permitida en las cuentas de ahorro, cubre la capital con nuevas sucursales y agencias que se expanden con rapidez hacia las ciudades del interior, brinda facilidades de crédito a personas de modestos recursos a través de préstamos oportunos con mínimos requisitos, valora el esfuerzo de los miles de inmigrantes que estrenaban pequeños talleres o se incorporaban a la fuerza laboral y estimula el hábito del ahorro para adquirir casa propia a través del sistema de Ahorro Pro-Vivienda Unión.
En 1949 Salvador Salvatierra preside el Consejo Bancario Nacional, lo que le permite adquirir invalorables conocimientos y experiencia, y durante los años cincuenta combina sus intensas ocupaciones bancarias y comerciales con el análisis del entorno nacional y los profundos cambios que afectaban al país; estudia las posibilidades de cada estado, aupa el desarrollo local, intercambia ideas con los dirigentes del sector productivo y comercial, dicta conferencias y charlas para incentivar proyectos de interés.
Por esos años el gobierno de Perú, conociendo su pasión por la integración de nuestros países, lo designa Cónsul Honorario en Venezuela, cargo que ejerce durante más de doce años, y que el gobierno peruano convierte posteriormente en Cónsul General, cuando intenta renunciar debido a sus numerosas ocupaciones.
En la esfera personal, Salvador Salvatierra llega al matrimonio en dos oportunidades: en 1934 con Anita Quintero Contreras, en La Guaira, con quien tendrá cinco hijos y, tras enfrentar con entereza la viudez, vuelve a casar a comienzo de los años 50 con Josefina Palacios Galindo, con quien levantará otros cinco hijos, que llenan sus preciadas horas fuera del mundo de los negocios. A su espíritu de unidad familiar une un profundo sentido de armonía –del que hizo gala a lo largo de su vida–, su franca cordialidad y un sólido concepto de la lealtad.
En 1958 se encuentra entre las personalidades civiles, militares, económicas, políticas y sociales que se dan cita el 7 de julio para fundar la Asociación Pro-Venezuela. La singular perspectiva de Salvatierra para entender e interpretar la realidad nacional y su infatigable espíritu de trabajo se ponen de manifiesto una vez más el año siguiente, cuando suma ideas y experiencias para la creación de la Asociación Bancaria Nacional (hoy Asociación Bancaria de Venezuela), y llega a la Presidencia de la misma entre 1965 y 1967 y, posteriormente, se mantiene como extraordinario consejero hasta su desaparición.
Los años sesenta y setenta ven nacer nuevas compañías bajo la batuta del Banco, como la Administradora Unión, el Banco Hipotecario Unido, Crédito Unión y la Sociedad Financiera Unión. Desde la Presidencia del Unión ratifica su condición innovadora con productos que satisfacen necesidades y generan bienestar a lo largo del país; participa activamente en el desarrollo de los clubes Playa Azul y Puerto Azul y, en urbanizaciones para la clase media en Caracas, Maracay y Valencia. Su compromiso social se graba en instituciones como la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia, Avepane y la Fundación del Niño.
El 22 de febrero de 1974 aquel hombre sencillo, cordial, disciplinado, de gran sentido ético, dueño de una carismática personalidad capaz de adelantarse a su momento con decisiones audaces, fallece a consecuencia de un absurdo accidente automovilístico. Deja tras él la memoria de una vida de tesón y esfuerzo, construida palmo a palmo a fuerza de voluntad y de apasionado afán por ofrecer soluciones a los problemas de la colectividad, así como un generoso legado para todos: el buen ejemplo de un venezolano vertical, de sólidos valores y formador de nuevas generaciones: un constructor de sueños con voluntad de hacer país.
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